el accidente
La cabeza,
la gran cabeza
separada del cuerpo
unas manos
extrañas, sujetan
el cuello
sin respirar,
curiosamente,
sobrevivo,
desde entonces.
Miles de pájaros
mojados llueven sobre
mis hombros
cuando lo nombro
cuando me acerco,
inocente.
Un nuevo
latido,
distinto, rítmico
se apoderó de mí
desde entonces.
Un mar de brazos me asoma
por la garganta.
Cada uno de mis gritos
desconocido de mí,
de vosotros,
habita en los miles
de puños que lo pueblan
y lucho
por vomitarlos
por oírlos
con las uñas.
Entonces basta
que unas manos
extrañas, de las mías
y de las tuyas
abran la puerta
del descenso
y salten
sobre mi garganta
para que uno
uno sólo de esos gritos
plural,
se desate.
Abatido, vencido
el mar de brazos que la asoma
del que sólo conoces
el azul de las orillas
en sus ojos.
Y miles, miles de
brazos, piernas
ejércitos de aspavientos
acuden en ayuda
de mis gargantas
ahogadas-agredidas
violentadas,
para evitar
que se aplaquen
porque son lo único que tengo
para nombrarte.
Santiago, agosto 1999
Tuve la voz asustada, algún tiempo,
después de haber gritado.