alétheia! alétheia!
Y no hay espacio para explicar
ni tiempo para agitar las manos, por escrito,
ni cuerpo para respirar ante la inminente quemadura.
Y se da. Y absolutamente nada más que otros brazos que la hayan soportado
antes, podrán consolarnos. Y están fríos, los quemados.
Y todavía somos suficientemente pequeñas para llorar de miedo
y seguir sin embargo apostando el cuerpo, en ello.